Letras escondidas

Dr. Silvino Vergara Nava

“La transparencia solo se da aquí
de manera unilateral”.

Byung- Chul Han

Es muy común que los contratos, sobre todo en las instituciones financieras, contengan letras escondidas, es decir, cláusulas que, en letra tan pequeña y en el reverso del reverso de contratos voluminosos, resultan imposible de leer e, incluso, comprender. Cláusulas que después son aplicadas en contra de aquel que no leyó o no tuvo otra alternativa que firmar esos contratos que —según la doctrina dicta— se denominan de adhesión, pues no hay modo alguno de adicionarles alguna cláusula más o modificar alguna de sus condiciones. Esta serie de contratos cada día es más recurrente, no sólo porque ellos son usados masivamente por las instituciones financieras, sino porque ya se hicieron extensivos a otra serie de empresas, como son las que dominan el mercado. Por lo cual, en los servicios de Internet, de tv por cable, los supermercados, los créditos departamentales para el gran público consumidor son ya una práctica tan recurrente que, a veces, todos olvidamos que caen en considerarse leoninas.

Desafortunadamente, estos contratos de letras escondidas también son usados en los contratos con los maquiladores, con los proveedores de servicios o bienes a las grandes industrias; pues este tipo de actividades económicas deben amoldarse a lo que el cliente les dicta (o les impone). Por ello, para mantener al cliente, las maquiladoras no tienen otra opción más que hacer frente a esas obligaciones que se desprenden de tales contratos y de sus letras escondidas.

Desafortunadamente, estas letras escondidas se han propagado también al propio Estado en su tarea de legislador, primero, porque hoy hay una hiper-regulación, una sin límite, por lo que parece, y que está dejando lejos al principio de que “todo lo que no está prohibido expresamente en la ley está permitido”, pues hoy lo que sucede es que “todo lo que no está expresamente permitido en la ley está prohibido”. Se está legislando todo con una gran existencia de letras escondidas, que aparecen exactamente cuando ya se presentó el incumplimiento; momento cuando son detectadas por la autoridad, ya que es hasta ese momento que se observa que no se puso en marcha la obligación respectiva, que se llevó a cabo en forma incorrecta o sólo hasta ese instante se da a conocer la existencia de la sanción o de las consecuencias por no cumplir con esas letras escondidas.

Pero normalmente, estas letras escondidas son injustas, arbitraras. Razón por la cual, se implementan para evitar que, por una parte, el gran público consumidor las conozca y, por otra parte, para que el ciudadano no tenga presente esa disposición que pudiera causarle algún perjuicio o contravención en sus derechos fundamentales. Ahora bien, esto se hace con la confianza de que, en muchas ocasiones, nuestra actual generación cada vez es más pasiva.

Uno de esos ejemplos respecto a las letras escondidas es el artículo 8° transitorio, fracción I, del Código fiscal de la federación de 2020, que establece que los contribuyentes que cuentan con facturas expedidas por los proveedores publicado como aquellos que amparan operaciones inexistentes tienen los tres primeros meses del presente año para que puedan corregir su situación fiscal. Desde luego, esa disposición no establece claramente cuál es la consecuencia; además de que esta serie de consecuencias se encuentra en otras letras escondidas de la misma reforma fiscal de 2020, como es el caso de la publicación de la lista de aquellos contribuyentes que hacen uso de este tipo de comprobantes fiscales (artículo 69°, fracción IX, del Código fiscal de la federación de 2020).

La otra consecuencia por incumplir en el plazo de los tres meses que prevé ese artículo 8º, transitorio, en su fracción I, del referido código, es la revocación del certificado del sello digital y, por ende, que ella se sea restituida sólo hasta que se lleve a cabo la corrección fiscal, esto es, haciendo no deducible ni acreditable la operación de aquel proveedor. Bastan estos ejemplos para poder concluir que el problema actual de las letras escondidas se ha propagado en perjuicio del propio ciudadano, que hoy no ve al Estado ni a sus instituciones como aquellos entes que lo protegen, sino que pareciera que son con los que más cuidado hay que tener.

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