¿La tecnocracia también es de izquierda?

Dr. Silvino Vergara Nava

“El líder populista es atacado desde
diversos frentes por no cumplir
las exigencias democráticas.”

Enrique Dussel

En los últimos años, nos hemos acostumbrado a sostener que el gobierno dirigido por la tecnocracia es aquel en el cual no gobierna la voz del pueblo ni su sentir, sino las decisiones más especializadas provenientes de la academia, de las universidades (sobre todo norteamericanas), que dejan a un lado el sentido común de la población.

Esa tecnocracia, que actualmente es el polo opuesto a la democracia, como se ha sostenido en muchas ocasiones, se trata de políticas públicas de derecha, en donde se protegen los derechos de libertad —sobre todo libertad económica—, pero solo para algunos, que son particularmente los grandes monopolios. Por ende, la libertad jurídica que se plantea no es para todos, ni qué pensar de un profesor, profesionista, empleado, estudiante, obrero, ama de casa. Y el sentir de nuestro país en los últimos años es que esa tecnocracia es de derecha. Sin embargo, se puede hacer la pregunta: ¿la tecnocracia también es de izquierda? Es decir, la pregunta es si puede darse el caso de que exista esa misma forma de gobierno, pero proveniente de políticas públicas de izquierda, en donde suceda exactamente lo mismo que con la tecnocracia de la derecha: no escuchar el sentir del pueblo.

A decir del profesor Enrique Dussel: “El liderazgo político legítimo se transforma en tiranía o dictadura (como las de Pinochet, Hitler o Stalin, guardando las notables diferencias) cuando el liderazgo se fetichista, olvidando cumplir con las exigencias democráticas requeridas, como en el caso del último Juan Domingo Perón” (Dussel, Enrique. Carta a los Indignados, Ciudad de México: La Jornada Ediciones, 2011). Bajo esa sentencia, cualquier propuesta, sea de izquierda o de derecha, puede alejarse de la democracia y ser más represiva, es decir, puede dejar a un lado la democracia representativa y postular un sistema en donde no se oiga a la población; y, entonces, estamos ante la presencia de la tecnocracia.

Hace más de cien años, en el México “Porfirista”, esto sucedió con el sistema gubernamental, en donde los que gobernaban eran los científicos, contra los cuales, posteriormente, se levantó particularmente Villa y Zapata. En ese gobierno se dejó de oír a la población, y era uno que se asentaba en las políticas públicas de derecha; pero esto también puede suceder en las izquierdas, si no se deja intervenir a la propia población e, incluso, es un problema más agudo en esta postura, puesto que es una forma de gobierno que debería asumirse más participativa para la población, si verdaderamente pretende proteger derechos de igualdad.

A principios de esta nueva administración pública, se estaba mencionando que era necesaria una reforma fiscal, pero luego se dijo que en estos momentos no era necesaria (particularmente, durante los primeros dos años). Sin embargo, las noticias de la primera semana de mayo de 2019 sostienen que resultará prudente, según recomendaciones de la OCDE a México, que se lleve a cabo una reforma fiscal en septiembre de 2019 para que, se entiende, inicie su vigencia en 2020; lo cual es una muestra de la desafortunada tendencia actual a que sea la tecnocracia la que gobierne y no la democracia, sin importar si es de derecha o de izquierda.

El sentir del pueblo es latente. Un sistema tributario confuso, complejo, tecnológico, tramposo y corrupto, como el que tenemos particularmente desde 2002, no puede formar parte, ni un minuto, de la denominada cuarta transformación. Lo más urgente por modificar, con la herramienta de la ley de ingresos de 2019, era toda la serie de procedimientos, interpretaciones, trampas procesales que abundan en el sistema tributario mexicano; sin embargo, esto no se hizo. Los contribuyentes temerosos por la cultura del miedo implementada desde el sexenio de Salinas de Gortari requieren un sistema tributario más equitativo, proporcional y sencillo para el cumplimiento de sus obligaciones fiscales, y él podrá darse gracias a una reforma que provenga desde afuera del sistema, es decir, fuera de las oficinas del SAT y sus estadísticas; debe salir del ciudadano de a pie, que es en que recae la necesidad de que se fragüe esa reforma, no solamente prudente, sino necesaria y urgente. El país no aguanta más otra serie de reformas dictadas desde las oficinas de Washington y aprobadas por los legisladores sin mayor trámite que el protocolo legislativo.

Precisamente por la tecnocracia, cada día es más indispensable transformar esa democracia representativa por una participativa. Una necesidad que se enfrenta al problema de que esa democracia actual (tecnócrata) se puede revestir tanto de derecha como de izquierda.

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