Dr. Silvino Vergara Nava
“Los maestros han de tratar a sus
Noam Chomsky
alumnos como vasijas vacías que
se deben rellenar con ideas predeterminadas y,
generalmente, desconectadas de la
realidad social que los envuelve”.
En esta semana que se conmemora el día del maestro, la nueva administración pública en México se convierte en un motivo para considerar cuál es el papel del maestro para la transformación del país, pues lo que tenemos en la mesa es la sensación de que la situación actual de los maestros consiste, por un lado, en una serie de oposiciones, manifestaciones y bloqueos que provocan ellos en las carreteras, calles, plazas públicas contra una reforma educativa que, al parecer, más que educativa, es de organización de las instituciones públicas de ese gremio; al ciudadano de a pie le queda la impresión de que todos esos movimientos versan sobre una lucha política de los espacios y puestos públicos en el sistema educativo. Por otro lado, lo que también se ve es que a esa reforma se oponen los profesores de escuelas oficiales que no pretenden ser exhibidos con exámenes. Ahora bien, poco se sabe del fondo de esa reforma o transformación que ya desde el sexenio pasado se estaba fraguando y respecto a la cual ahora se dio un paso atrás para re-plantearla. Pero, en tanto transcurren todos estos hechos tan lamentables: ¿qué sucede con el profesor?
En lo que atañe al papel del profesor en el sistema norteamericano (al que tanto mexicano y latinoamericano en general suspira), sostiene Noam Chomsky: «La función de los maestros se ve reducida a imponer “una verdad oficial” predeterminada por un grupo reducido de personas que analizan, ejecutan, toman las decisiones y mueven los hilos en el sistema político, económico e ideológico» (CHOMSKY, Noam, La (des)educación, Barcelona: Critica Editorial Planeta). Así, en el propio sistema educativo norteamericano, que es para muchos el ideal a seguir, resulta que lo que instruye el profesor es para producir personas pasivas, que solamente sean adoctrinadas para memorizar lecciones que a la semana o poco más se les olvidaran, sin que las razonen, ya que para ello no hay tiempo o será en su oportunidad. Por tanto, en esa educación se producen simples consumidores, ya sean de productos en los almacenes o, bien, consumidores de empleos mecánicos en las grandes empresas norteamericanas; ya que un sistema en donde solamente se memorizan los conceptos sin pensarlos es un sistema estéril para el desarrollo de las personas.
Al respecto, cita el sociólogo polaco, que al final de su vida radicó en Inglaterra, Zygmunt Bauman: “el trabajo de memorizar produce más desperdicios que productos útiles, y puesto que no hay una manera confiable de decidir de antemano qué será conveniente y qué no, y es la posibilidad de almacenar toda la información en contenedores que se mantienen a prudente distancia del cerebro” (BAUMAN, Zygmunt, Los retos de la educación en la modernidad líquida, Barcelona: Editorial Gedisa, 2008). Pues bien, pareciera que el mal es generalizado, que no es solamente de la educación en Latinoamérica; parece que el papel del profesor está muy limitado para evitar que tanto él como sus alumnos piensen y reflexionen sobre lo que están estudiando y, sobre todo, para evitar que esos estudios en realidad funcionen y sean prácticos para cuando aquellos estudiantes salgan a la calle.
Una de las características formidables del sistema mundial actual, que es un éxito y, por ello, permanece es que lo que se dice en las aulas y en los salones de clase es muy distinto a lo que sucede o se presentará en la calle para los estudiantes. Por ello, en las escuelas se observa el “deber ser” y en la calle el “ser”, muy distantes entre ambos; motivo por el cual los estudiantes no comprenden lo que está sucediendo en las calles y campos de las naciones; sus estudios son profundamente estériles para ponerlos en la práctica del día a día. La consecuencia de ello es que cuando les corresponde estar en las calles, licenciaturas, seminarios, diplomados, maestrías y doctorados no funcionan para afrontar esa realidad. Por ejemplo, en el campo del derecho, los estudiantes en tanto están memorizando el “deber ser” de la norma jurídica, sus consecuencias, los elementos de la misma, las sanciones de la norma, etc.; en la calle esa norma y muchas, pero muchas más, no se aplican o se interpretan de la forma en que políticamente, en ese momento, deben interpretarse. Por ello, mientras esos estudiantes se encuentran analizando esas instituciones jurídicas, en la calle cada quien hace lo que quiere; el principio de “ilegalidad” prevalece día a día, y ese es un éxito del sistema que produce profesores que impiden que el conocimiento verdaderamente funcione en la sociedad. Esto es por lo que los profesores de vocación deben luchar permanentemente, y no por necesidad; aquellos que están al frente en un salón de clase con alumnos que son de carne y hueso, para provocar que, con las lecciones que imparten, el conocimiento se pueda poner en la palestra material para comprender y, con ello, reflexionar; y así y solo así provocar un cambio. Intentos de estos se han hecho a lo largo de la historia, como ha sucedido con la llamada pedagogía de la liberación del brasileño Paolo Freyre, quien citaba: “Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”.
Pero el sistema dicta otra cosa. Lo que busca es provocar en el alumnado la anti-reflexión y la ausencia total de pensamiento; para lo cual se necesita un profesor autómata, aquél a quien le interesa más su quincena que enseñar, al que le preocupa más los días inhábiles que los hábiles. Un sistema que hace que el principal interesado en los recreos o recesos sea el profesor ante la angustia de no poder proponer ningún tema. Esos son los profesores que requiere el sistema: sujetos que no sean de carne y hueso. Por ello, en aquellas universidades e instituciones educativas —que se dicen de vanguardia— están innovando con la tecnología para contar con el profesor ideal que sea un simple holograma que “vomite” su conocimiento a otros sujetos, sujetos que no conoce y, por tanto, no se sabe si son hologramas igual que él.