¿Y qué sucede si nos quedamos sin contribuyentes?

Dr. Silvino Vergara Nava

“En la medida en que se trate a un ser humano
como algo meramente peligroso y, por tanto,
necesitado de pura contención,
se le quita o niega su carácter de persona”.

Eugenio Raúl Zaffaroni

De lo único que habla parte de los contribuyentes en el último año y, prácticamente, a partir de la nueva administración pública (que recientemente ha cumplido su primer aniversario); aquellos pequeños, medianos empresarios, propietarios de negocios, de comercios, industriales, que se han convertido en maquiladores; los propios profesionales, las cámaras de comercio, de turismo, etc., es sobre toda esa propaganda que se ha inyectado en los medios de comunicación nacionales, que consistente en que se aumentan los delitos para los contribuyentes, que se incrementan las penas, que hay nuevas infracciones y sanciones administrativas, mayor fiscalización, que hay un aumento de revisiones y verificaciones de las autoridades a los contribuyentes, que en cualquier proceso se puede aplicar la extinción de dominio y perderlo todo, etc.; todo ello, con el afán de que el Estado pueda recaudar más de lo poco que —según las estadísticas y las presiones internacionales de diversos organismos— se recauda en México.

Dentro de una de las materias que conforman al derecho, se encuentra la sociología jurídica o sociología del derecho, que tiene como función analizar los efectos, las consecuencias y razones de la aplicación de las normas y de las instituciones jurídicas ante la sociedad; examinar cómo éstas pernean en la comunidad, considerar de qué forma se aplican las leyes, cómo la población interpreta esas medidas, etc. Por ende, dentro de estos estudios, se encuentra la denominada “filosofía de la fidelidad del ciudadano al derecho”, es decir, las razones por las cuales la población cumple con la ley, y se establecen varios supuestos. Uno de ellos es que la razón para el cumplimiento de la ley es el riesgo de que se imponga una sanción; es decir, el cumplimiento de la ley no se da porque ella contenga disposiciones adecuadas y necesarias para la sociedad, sino por el temor de que se imponga una sanción. Dicho esto, es evidente que esta nueva administración está explotando esa parte para que los particulares cumplan con las disposiciones tributarias.

Pareciera que lo que se sostiene en los datos matemáticos oficiales que se ponen en los medios de comunicación ha funcionado de maravilla: se ha aumentado la recaudación de impuestos. Sin embargo, es evidente que el miedo, el temor, que la autoridad tenga amenazado al contribuyente no es un buen signo de un gobierno democrático ni de una verdadera transformación del país; pues, si los contribuyentes se topan con el aumento del salario mínimo por simple “decreto”, con la ausencia de créditos para poder hacer frente a la recesión económica mundial, si la única alternativa de crédito que tienen los pequeños contribuyentes son las tarjetas de crédito —cuyas tasas de interés son las más altas del mercado y las cuales, a partir de 2020, las autoridades fiscales fiscalizaran—; si a esto le aumentamos los robos, asaltos, la inseguridad pública generalizada y las últimas decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (con las que parecen, más que otra cosa, cobradores de frac), verdaderamente es paranoico el futuro de la actividad económica que abarca al mayor número de personas, es decir, la de los pequeños y medianos contribuyentes. Pareciera que no tienen escapatoria alguna ni posibilidad de la mínima subsistencia; por lo que no pueden sino dejar el campo e irse a las grandes empresas transnacionales con el instrumento del nuevo tratado de libre comercio.

Evidentemente, el cumplimiento de la ley por simple amenaza, por temor a las consecuencias, es una recaudación pasajera; la historia así lo dicta. Basta con observar las grandes represiones en que hechos tan lamentables han terminado; se corre el riesgo de que, tal como estamos entrando al segundo año de gobierno, es decir, sin que existan esquemas ni reformas que permitan mantener las fuentes de empleo y la actividad económica del país, verdaderamente, estemos conduciendo un barco a un iceberg; todo lo contrario a lo que sucede en otras naciones, donde se establecen esquemas de regularización para los contribuyentes, de condonación de adeudos, de reducción de las tasas impositivas, de regímenes fiscales más amigables para los particulares. Aquí estamos haciendo todo lo contrario a lo que la receta dicta cuando se encauza una transformación.

Posiblemente, la problemática sea que la crisis ideológica con que cuentan las izquierdas vetustas sea la asunción de que lo que hay que repartir e igualar en la población son las derrotas, las penurias y no las ganancias y la riqueza. Por ello, toda esta política tributaria —por llamarle de esa forma— está conduciendo a que el país se quede sin contribuyentes, con las consecuencias que eso representa.

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