Calibrar el impuesto que grava la pobreza

Dr. Silvino Vergara Nava

“Los políticos fingen gobernar,
mientras que quienes ostentan el
poder económico fingen ser gobernados”.

Zygmunt Bauman

Es evidente que en la actualidad vivimos bajo un sistema fiscal inverso, donde los excesivamente ricos, es decir, las grandes empresas transnacionales cuentan con impuestos con tasas marginales a nivel global; pero los contribuyentes, personas físicas y ubicadas como clase media y, sobre todo, como aquella más necesitada de recursos económicos, son los que absorben el mayor incremento en el pago de los impuestos en las naciones, por lo menos, del mundo occidental.

Posiblemente, las personas físicas más afectadas no lo puedan observar tan directamente —a diferencia de lo que sí sucede con las empresas que cuentan con estadísticas y datos al respecto—, pero la disminución de sus recursos económicos y su capacidad de consumo es una prueba clara de ello, sobre todo, porque, al tratarse de personas físicas, son los verdaderos y últimos consumidores que absorben todo los impuestos y costos de las cadenas comerciales, en particular, respecto a los denominados impuestos indirectos, como es el caso del impuesto al valor agregado y, actualmente, el impuesto especial sobre producción y servicios en los alimentos no básicos.

En el caso del Impuesto al Valor Agregado, considerar la tasa generalizada para cualquier acto de consumo, evidentemente, contraviene los principios más básicos de justicia: los cuales, en el ámbito impositivo, se traducen en los principios de proporcionalidad y de equidad. Entonces, debería haber diversidad de tasas de ese impuesto para que no se grave de la misma forma al que consume alimentos preparados o libretas, utensilios de escuela, uniformes o herramientas de trabajo, y al que consumen yates, vehículos de extra-lujo y productos suntuarios en general. Esto mismo sucede con los servicios. No es coherente que se cause la misma tasa impositiva para consumir en restaurantes de lujo, hoteles gran turismo, etc., como para consumir servicios, por ejemplo, legales, psicológicos, de capacitación, etc. Por ende, no se da un trato igual a los iguales y desigual a los desiguales, y, desde luego, no se trata de los mismos actos de consumo.

Atendiendo a que la actual administración pública ha sostenido, enfáticamente, que se han finalizado los gobiernos neo-liberales en México, es evidente que el camino a seguir bajo esa perspectiva es “calibrar” el impuesto al valor agregado; lo que significa que, para hacerlo proporcional, equitativo y, con ello, para tratar a los consumidores en forma justa, es necesario implementar tasas diferenciadas del referido impuesto, pues no es suficiente que se tenga la tasa generalizada del 16% para todos los productos (incluso para los que corresponden al consumo de bienes y servicios suntuarios). La tasa generalizada es contraria a los principios básicos de justicia, pues grava, en forma desmedida, los consumos de las personas más necesitadas. Por lo tanto, de esta manera, el impuesto al valor agregado y los impuestos indirectos en general gravan la pobreza; incluso —como, paradójicamente, el escritor Eduardo Galeano los denominaba— son impuesto “al dolor” agregado (GALEANO, Eduardo, Colombiando, Bogotá: CEPA Editores, 2016).

Desde luego que la objeción principal que se presenta con las tasas diferenciadas del impuesto al valor agregado es la complicación en la práctica para determinar qué bienes o productos se consideran gravables con una tasa y cuáles no; y la experiencia actual es que, por ejemplo, en los tribunales, se encuentra en controversia diferenciar los productos que son medicinas y los que son complementos alimenticios. Eso sucede con la complejidad práctica de hacer esas distinciones o en los procedimientos de revisión de las autoridades fiscales para determinar si los contribuyentes están cumpliendo correctamente con la tasa que corresponde a los productos y servicios. Por ello, se ha sostenido que la proporcionalidad y equidad están justificadas con el porcentaje del producto, bajo la máxima de que “paga más el que consume más y paga menos el que consume menos”; lo cual no es así.

Faltaría, pues, hacer más justo el impuesto al valor agregado haciendo esa “calibración” del mismo, si, efectivamente, se ha acabado con los gobiernos neoliberales; pero, sobre todo, si, efectivamente, se pretende defender y proteger a los más necesitados y más débiles. Algo que no se hace con bonos y apoyos económicos, sino con medidas impositivas como estas.

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