¿Qué hacer?

(Parte I)

Dr. Silvino Vergara Nava

“En el silencio de nuestro retiro exigido por los gobiernos
para no contagiarnos de ese signo apocalíptico…
Tomemos un tiempo en pensar sobre el destino
de la humanidad en el futuro”.

Enrique Dussel

Siempre, en los momentos más extremos, es cuando se perciben mejor las cosas, como está sucediendo con la crisis de salud y económica por la pandemia global. A través de los medios de comunicación, se ponen de manifiesto lo que sucede en varios países en lo que hace a la respuesta de los gobiernos y se ve cómo se ha paralizado, por lo menos, mes y medio la economía tanto local como mundial. Por ende, se hace mención de muchas medidas pretendidas para aplicar: desde prórrogas en el pago de impuestos hasta apoyos a las pequeñas empresas, subsidios, etc. Sin embargo, esa serie de medidas son simples paliativos.

En realidad, las respuestas de los gobiernos —por los menos, del mundo occidental, algunos más, algunos menos—, deben ser de fondo, no con pequeñas medidas o, por así decirlo, con medicamentos pasajeros; tal como sucede con la condonación de multas, anulaciones de recargos o, bien, disminución en la fiscalización de las autoridades. Esto no resuelve el problema, pero todas esas propuestas son las que, incluso aquí en México, presentan los propios organismo empresariales ante el posible temor de una reacción contraria del gobierno. Estos exigen lo mínimo y, por ende, les dan menos del mínimo.

Y es que proponer simples diferimientos de pago de impuestos , ayudas con créditos a la palabra o con los denominados “ para fondo perdido” son medidas —como siempre— demagógicas ante la impotencia de los gobiernos de no saber qué hacer en los momentos más complicados, como éstos. En realidad, debemos considerar que se debe resolver el problema de fondo, y esta era precisamente una oportunidad, en particular, del gobierno mexicano, para hacerlo y dar un golpe de timón a la economía del país. Está muy claro que, si bien, en muchas ocasiones, las medidas que se imponen se pagan en las siguientes elecciones, si el gobierno actual asumiera su compromiso y pensara que las elecciones siguientes están pérdidas, tomaría medidas más drásticas y, así, él mismo resolvería su propio problema: el de las elecciones perdidas.

Desde luego, las limitaciones con que cuentan los gobiernos, sobre todo de la región, son dos: incapacidad de afrontar el problema y, sobre todo, el yugo que tienen en la cabeza de los gobiernos extranjeros y los organismos internacionales. Nos hemos acostumbrado durante muchos años, por lo menos aquí en América latina, a que ellos nos den las recetas de lo que debemos hacer y lo que debemos dejar de hacer en la economía, política e, incluso, en las reformas constitucionales y legales.

La respuesta debe ser drástica y con efectos que se prolonguen a largo plazo, pues esto no se va resolver mañana ni después de semana santa de 2020. Además, los estragos se verán después. Pasaran años en los que todavía se vivirán las condiciones provocadas ahora. Basta con observar los estragos de las guerras, que pasan décadas para que se restablezcan las cosas. Observando Centroamérica y las invasiones arbitrarias que sus países han vivido de Estados Unidos de América, lo mismo que ha sucedido en los países árabes y los del medio oriente. Por ello, esos bálsamos, que son los programas de prórrogas, anulaciones y subsidios que implementan los países, son medidas para quedar bien con todos, pero no, en el fondo, con su propia población. No hemos olvidado de que, así como en muchas ocasiones se han rescatado bancos, el propio sistema financiero, las grandes empresas transnacionales, hoy es tiempo de que ellos rescaten las economías nacionales que los han mantenido a toda costa y que, cuando caen en desgracia, buscan al “Estado niñera” para que les subsidie los errores que cometieron sus grandes corporativos, aquellos que, climatizadas sus oficinas, toman decisiones sin ver la realidad de la calle.

¿Cuáles son esas decisiones que hay que tomar? Tampoco son de otro mundo, son muy sencillas. Primero, disminuir el Estado en zonas estratégicamente ineficaces, absurdas y estériles. Habría, por lo menos, que hacer una revisión en si necesitamos, efectivamente, tantos senadores, diputados y toda la parafernalia que se requiere para ellos: oficinas, asistentes, secretarias, maleteros, auxiliares de maleteros, conductores, personal de seguridad, etc. Incluso, hay algunos que no acuden a sus oficinas, otros están en las oficinas de los partidos políticos elucubrando a quién bajar del raiting, otros más en las casas de los políticos haciendo funciones del hogar con puestos de oficinistas, lo cual es un hecho notorio. Diputados y senadores tenemos de sobra: unos que no opinan, otros que no saben opinar o mantener un diálogo coherente sobre los temas que supuestamente les corresponden en sus comisiones.

De allí, hay que seguir con los oficinistas que se encuentran en la administración pública. La gran mayoría de ellos con “méritos propios” para instalarse en esos cargos, ya sea porque compraron la plaza, se las heredaron o los recomendaron porque son “del equipo del jefe”. Pero, muy pocas veces con capacidades para estar en esas oficinas. Por ello, el fracaso de esas dependencias en sus servicios, y la historia de este país lo puede constatar: economistas dirigiendo hospitales, ingenieros cobrando impuestos, médicos titulares de centros penitenciarios, etc. Ese dinero mal gastado bien se puede ocupar en lo que Adam Smith, el padre de la economía liberal, se negó a conceder. No obstante, los primeros que rompieron las reglas de A. Smith, fueron la propia Gran Bretaña y Estados Unidos de América y por eso son de las economías más fuertes del mundo.

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