(Parte II)

Dr. Silvino Vergara Nava

“Mucho tendrá que ocultar la Historia,
dama de rosados velos,
besadora de los que ganan.
Se hará la distraída o enfermará
de tramposa amnesia […]”.

Eduardo Galeano

Ante la pregunta de ¿qué hacer en estos tiempos de pandemia?, los medios de comunicación están sacando a la luz las políticas públicas del Estado mexicano; todas las cuales parecen ser todo un recetario de “qué no hacer”, pues lo menos que debe suceder en estos momentos es que la población se sienta alejada de su gobierno y sus instituciones; por el contrario, lo que se requiere es el cobijo del Estado hacia su población. Sin embargo, bajo estas épocas de que “cada quien que hace lo que quiera”, uno de los síntomas es precisamente ese, que todos caminan por vías diferentes. Basta con observar a las instituciones públicas sosteniendo que se deben mantener los empleos, a las grandes empresas despidiendo personal o reduciendo a la mitad de salario, y a las empresas pequeñas haciéndose “chiquitas” de la angustia de no saber qué hacer. Por su parte, los trabajadores esperando el despido, la reducción del salario o alguna otra determinación, a veces, incluso, imprudente.

Toda la recopilación de acuerdos, resoluciones y disposiciones que se han publicado en el Diario Oficial de la Federación en estas semanas de pandemia, incluso, en ediciones extraordinarias vespertinas, se resumen en buenos propósitos; pero no hay medidas coercitivas y, por otro lado, no las puede haber ni ser impuestas, si el Estado no implementa subsidios para los empleos. Es más, pese a que el mecanismo existe, éste no es más que aquel sistema de subsidio al empleo que sigue vigente en la ley del impuesto sobre la renta y que se instauró en tiempos de Salinas de Gortari; aquel que esta “cuarta transformación” no pretende modificar. No obstante, ya se encuentra la estructura; solamente hay que activarla para este caso extraordinario y temporal. Y así como se encuentra ese mecanismo para otorgar un subsidio al empleo y, con ello, mantener las fuentes de los mismos, sin necesidad de que esto se convierta en una ayuda para las empresas, sino que un simple derecho de subsistencia para los empleos, para la supervivencia de los trabajadores, de sus familias, de miles de mexicanos y para la vigencia de la legalidad.

Así, de la misma forma, habrá que sacar a los investigadores, científicos, estudiosos, profesores de sus casas y ponerlos en las facultades de ciencias químicas, de la salud —por lo menos de las universidades publicas, así como de tantas y tantas instituciones que existen para la investigación auspiciadas por el propio Estado— para que hagan lo que debieron hacer desde el principio: investigar alternativas y soluciones ante esta pandemia, pues todo parece ser que la única esperanza del Estado, por esta omisión, es ahorrar para pagar las medicinas que serán distribuidas por las grandes farmacéuticas mundiales en el momento en que éstas decidan ponerlas en el mercado. Pero, en tanto esto sucede, por lo menos, las autoridades sólo sacan a rondar las patrullas en los municipios y ciudades de la nación para que se gasten la gasolina y para que vigilen donde no se cometen delitos, y no vigilen donde sí. Finalmente, debe quedar claro que, como sostiene N. Chomsky, la policía y la función policial son baratas.

Las respuestas a estos problemas tampoco deben ser provisionales. Esto no es un problema temporal. La pandemia no es de tres o seis meses, pues habrá que considerar que después de esta tragedia humana, para México se viene el nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos de América y Canadá, otro golpe bajo a la actividad económica del país. Por ello es que los buenos propósitos de los organismos empresariales, de las asociaciones de comerciantes, productores, etc., se quedan muy cortos en sus solicitudes a las instituciones del Estado mexicano. ¿Cómo podemos competir con estos países si las tasas impositivas son abismalmente diferentes entre aquellos países con que se firmó el tratado y nuestra nación?

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